miércoles, 22 de agosto de 2012


Corre, corre, que no hay prisa- La sabiduría de los procesos naturales de aprendizaje.
 En más de alguna ocasión hemos escuchado la frase: “todo salió como en un cuento de hadas”, o quizás hayamos compartido este comentario: “la fiesta estuvo de sueño”, y así, si nos detenemos a reflexionar un momento, encontraremos diversas expresiones que nos permiten relacionar la realidad con la fantasía. ¿Te ha tocado en alguna ocasión observar personas adultas que después de golpearse con algún mueble u objeto, vuelven hacia él y con coraje lo golpean nuevamente, como regresando la agresión física o verbalmente…? Esto lo hacemos de manera inconsciente, y ¿sabes por qué? Es una manera de expresar que dentro de nosotros, en algún lugar, habita la creencia de que las cosas o los objetos tienen vida. Esta actitud en un niño (a) pequeño es muy simple de observar, con frecuencia encontramos a nuestros alumnos (as), a nuestros hijos (as) platicando con las plantas, con algún juguete o con algún amigo imaginario. Es un proceso natural y hermoso de nuestra infancia, una etapa en la que todos, de formas diversas, disfrutamos de la convivencia con estos dos mundos. Lo que pretendo rescatar ahora mismo contigo es ¿Qué tanto aún habita en ti esa percepción? ¿Por cuánto tiempo permitimos que siga viva o la avivamos en nuestros alumnos (as)?
Los cuentos como recurso literario han demostrado ser a lo largo de la historia, efectivamente trascendentales. Me atrevería a decir que en nuestro código genético, existen algunas células que han venido con nosotros de muchas generaciones atrás y que traen consigo información de cuentos, cuentos que fueron “contados” a nuestros antepasados. Visualicemos un salón de clases, el maestro (a) dice: “vamos a contar un cuento”, de manera automática los niños (as) se predisponen a escuchar. Si el maestro (a) los invita a tomar otra posición mientras escuchan, la conducta que se repite con más frecuencia es que los niños (as) se sienten formando un círculo, ¿cierto? Hace muchos años, y en la actualidad también pero quizás ya con menos frecuencia, las familias se reunían para platicar historias, cuentos que venían de mucho tiempo atrás y eran “contados” alrededor de la mesa, o de una fogata.  Lo que se escucha en un cuento trasciende la parte cognoscitiva, abraza la parte emocional e involucra al alma haciéndola volar a lugares y vivencias inexploradas.
¿Cuánto utilizamos este recurso en nuestras aulas y en nuestras casas?
Dice Steiner que, “con el rápido desarrollo moderno de las ciencias técnicas y la fascinación especial que tienen sobre los niños, se adelanta más y más el momento de ser “demasiado grande” y “demasiado inteligente” para aceptar los cuentos de hadas” (Steiner R. 2003:38)
Pensemos un poco sobre quiénes somos los aceleradores del proceso, ¿Qué nos provoca esta aceleración? ¿Qué nos mueve a querer terminar antes? ¿Qué podemos ver con anticipación como para movernos tan de prisa? ¿Cómo será que nuestros alumnos (as) o hijos (as) están viviendo en este “estresado” y agitado proceso? ¿Será que la vida es tan sólo correr? ¿Sólo se presenta en las escuelas esta prisa, o también se experimenta en los hogares? ¿Cada cuánto tiempo me detengo a observar algo que no tenga que ver con mi trabajo?
Desde mi perspectiva, las explicaciones toman un lugar secundario, pienso que quizás la lectura de este breve cuento que he escrito pensando en nuestro regreso a clases, puede darnos una idea más exacta de lo que sucede con este fenómeno. ¡Espero que lo disfrutes!

“Corre corre que no hay prisa”
Era una mañana como todas las del verano: fresca, soleada y húmeda por los rastros de lluvia nocturna que bañó al bosque mientras la mayoría de sus habitantes dormían. Ernesto la pequeña tortuga de Roctalá paseaba lentamente cerca del río; cuando al levantar su cabeza hacia el cielo miró como una ardilla voladora bajaba y se posaba en la copa de un árbol.
-¡Ojalá yo pudiera ir tan rápido como tú!-, dijo la tortuga dirigiéndose a la ardilla. Después de escuchar a la pequeña tortuga la ardilla bajó del árbol y en un instante ya estaba sobre el caparazón de Ernesto. –Si así lo deseas tengo algo que te puede ayudar, un secreto que he compartido con muy pocos-. Ernesto insistió: -¡Claro que lo deseo, quiero ir rápido, ser muy veloz, ir de prisa!-  La ardilla rasco con sus uñas la caparazón de Ernesto y el polvo que de frotar sus uñas salió, le hizo sentir a la tortuguita un hormigueo, algo que le picaba desde la espalda hasta los pies, algo corría sobre él y al momento, tras sólo dar unos pasitos para sacudirse, se dio cuenta que lo hacía a gran velocidad: El polvo de uña de ardilla voladora era el secreto para ir más rápido, ese día Ernesto corrió y corrió.
Los demás animalitos del bosque extrañados de ver a la tortuga haciendo tan veloces movimientos le preguntaban cómo es que lo hacía, pero él andando tan rápido, no alcanzaba a contestarles sólo sonreía. Al día siguiente Ernesto volvió al río para encontrar a la ardilla y pedirle  nuevamente de sus uñas, la ardilla accedió pero le advirtió diciendo: -Entre más usas los polvos para ser veloz, más veloz te harás, y más difícil será volver a tomar tu ritmo habitual nuevamente-. Ernesto estaba entusiasmado por ir de prisa así que ni siquiera pensó en lo que la ardilla le dijo.  Nuevamente los otros animales lo veían ir y volver de un lado a otro. Algunos de ellos, extrañados por esta transformación en la tortuga, se escondieron para espiarla y así se dieron cuenta que Ernesto se ayudaba de la ardilla voladora para obtener ese gran poder de ser veloz.
En pocos momentos, los animales del bosque ya tenían vigiladas a las ardillas voladoras dentro de su árbol con la finalidad de que les fueran dando a cada uno de ellos polvos de uña, para poder ser así todos muy veloces.
Y así pasaron los días, y la vida en aquel bosque, hasta que Roctalá se trastornó. Todos los animales hacían las cosas tan rápido que les sobraba mucho tiempo, pero como no podían detenerse a descansar, al término del día lucían sus rostros muy agotados, pero aún dormían poco, ya que también soñaban de prisa…
El único que no había utilizado los polvos de ardilla era Mateo la lechuza del bosque. Él había observado cómo la vida en aquel lugar había cambiado por completo, y también se percataba de que los animales ya no lucían tan felices después de todo. Una noche, mientras los animales dormían un poco, Mateo se acercó al río y en su reflejo pudo hablar con una estrella, a quien le preguntó cómo podía hacer para que sus amigos del bosque volvieran a la normalidad. La estrella que brillaba intensamente esa noche en el cielo y le dio la solución: Mateo tendría que conseguir: un diente de cocodrilo, seis pelos de cola de ardilla voladora, cinco plumas de pájaro y un trozo de la corteza del árbol en donde las ardillas voladoras usualmente habitan.
Mateo emprendió inmediatamente la búsqueda, por la noche estuvo fraguando un plan para obtener los elementos necesarios y verás lo que hizo… Muy temprano, mientras los cocodrilos dormían, pintó una piedra con la imagen de una rana con ancas gordas y apetitosas, al despertar un cocodrilo vio esa gran rana y rápido se dispuso a dar un gran mordisco, dejando irremediablemente sus dientes en la roca… así que la lechuza ya tenía su primer ingrediente: un diente de cocodrilo. Luego se dirigió al centro del bosque y organizó entre las aves una competencia de vuelo, verían quién podría llegar primero al río ida y vuelta; la competencia inició, las aves que volaban tan rápido iniciaron la carrera ansiosas, pero justo cuando venían ya de regreso Mateo con sus garras hizo que una frondosa rama de árbol callera sobre las aves, quienes al volar tan de prisa lo hacía sin precaución quedando dos de ellas  atrapadas, Mateo las ayudó a salir no sin antes tomar las plumas que dejaron entre las ramas, de esta forma Mateo ya tenía su segundo ingrediente: cinco plumas de pájaro. Las tomó con sus patas y las llevó donde dejó el diente de cocodrilo.
Finalmente se dirigió al árbol de las ardillas voladoras y hábilmente arrancó un trozo de la corteza del árbol. Estaba casi todo listo, pero ¿cómo haría Mateo para arrancar seis pelos de la cola de una ardilla? De pronto una gran idea le llegó, con su pico empezó a hacer un hoyo en la parte posterior del árbol, al instante las ardillas se molestaron y empezaron a reclamarle pero él se justificó diciendo que estaba haciendo ese hoyo para darles una sorpresa.
Mateo se adentró en el bosque, recolecto una bellota y enseguida voló de regreso al árbol de las ardillas, se las ofreció  por la entrada principal del árbol, mientras volaba al otro lado para alcanzar a pescar la cola de la ardilla que se asomaba por aquel pequeño hoyo que Mateo había hecho con su pico. Feliz de haber cumplido su propósito regreso volando a donde guardaba el resto de los ingredientes y aguardo a que la noche cayera.
Cuando la estrella apareció nuevamente en el cielo Mateo le mostró lo que le había pedido, la estrella le pidió que depositara todo en el río, así lo hizo la lechuza y enseguida la estrella bajo para tocar el agua. En ese momento, y con un gran reflejo sobre el cielo, las nubes se llenaron del agua del río y comenzó a llover. El bosque se bañó con esta lluvia y a la mañana siguiente, todo volvió a la normalidad: La tortuga iba despacio y muy feliz, las aves volaban a placer, y así cada uno de los habitantes del bosque recuperaba su ritmo de vida, aquel que un día consideraron lento y que ahora valoraban como el único y adecuado para ser felices.
¡FELIZ REGRESO A CLASES!
Mtra. Nse. María Natividad Fernández Morfín

REFERENCIAS: La Sabiduría de los cuentos de hadas, Rudolf Steiner, Madrid 2003.